Artículo publicado por Esteban Romero Frías en la sección Tribuna del periódico Granada Hoy el 18 de marzo de 2019.
Leer noticias, organizar viajes, comunicarte con la familia, consultar información en una enciclopedia global son solo algunas de las acciones que de manera corriente hacemos hoy en día. Todas ellas son deudoras de una invención cuyo 30 aniversario ha pasado desapercibido esta semana: la Web. El pasado 12 de marzo se cumplieron 30 años del primer documento en el que Tim Berners-Lee esbozaba la estructura de la World Wide Web durante su etapa en el CERN, el célebre acelerador de partículas con sede en Ginebra. La Web, conformada mediante un conjunto de elementos ampliamente conocidos (HTTP, HTML, URL), presenta una estructura distribuida en millones de servidores por todo el mundo. Su dimensión es tal que comúnmente se confunde con la propia Internet, fundada sobre los protocolos TCP/IP en los años 70, sobre la que la propia Web se construye. El pasado martes en nuestro país fueron tendencia en Twitter los términos “30 Aniversario de Internet”, con publicaciones por parte de partidos políticos, medios de comunicación, ministerios, etc., que cayeron en el error de confundir la parte por el todo.
En los años 90, la Web sale del ámbito científico y se convierte en ese gran espacio virtual en el que todos en mayor o menor medida habitamos hoy en día a través de los múltiples dispositivos conectados a la red. La Web se ha convertido en una parte importante del contexto en el que transcurre nuestra vida, abriéndonos las puertas a un sinfín de contenidos, así como proporcionándonos las herramientas para producir nuestros propios mensajes. A través de los navegadores accedemos a un mundo inabarcable de páginas conectadas por hiperenlaces. Todo el conocimiento humano accesible a tan solo unos clicks de distancia, el acceso a nuestra memoria como humanidad de forma digitalizada y abierta para su consulta y preservación. La Web permitió cumplir uno de los últimos grandes sueños humanistas, el de la universalización del conocimiento, una vacuna contra las guerras según insignes pensadores como Paul Otlet o H.G. Wells, que imaginaron un mundo en paz tras la Primera Guerra Mundial.
Su historia ha sido vertiginosa. Sus hitos sociales y económicos forman parte de nuestras vidas. En apenas 10 años desde su creación vivimos la burbuja de las empresas puntocom que, entre 1999 y 2001, supuso la creación y destrucción de miles de empresas de Internet con volúmenes de inversión descomunales. Era el momento de una supuesta “nueva economía”, que facilitaba el inicio de una fase de productividad creciente en la economía que rompería con las crisis cíclicas del sistema. Un tiempo en el que las empresas podían vender sus productos y prestar sus servicios 24 horas al día durante toda la semana compitiendo en un escenario global. En España fueron los años de Terra, filial tecnológica de Telefónica que constituyó el mejor símbolo de la burbuja en nuestro país. Fue tanta la demanda de los accionistas en su salida a bolsa en noviembre de 1999 que se adjudicaron por sorteo lotes de 25 acciones a un precio de 11,81 euros por acción. Ese día las acciones cerraron a 37 euros. En apenas 4 meses alcanzaron los 157 euros; siendo tres años después, en 2003, recompradas por Telefónica a tan solo 5,25.
Sin embargo, a la par que todas las inversiones en redes e infraestructuras realizadas defraudaban las expectativas de las empresas, se sentaron las bases para el surgimiento de la Web 2.0, la explosión definitiva de una Web profundamente social, como evidenciaban los miles de blogs creados cada día, la creación de Wikipedia, o el surgimiento de las primeras redes sociales. Vivimos todavía en un paradigma que es deudor de aquellos años previos a la crisis desatada por la caída de Lehman Brothers. Desde entonces la Web e Internet en su conjunto han evolucionado transformando la ciencia, la política, la educación, las formas de relación social, los modelos de negocio, el trabajo, la administración pública, etc. Estamos en un momento de nueva efervescencia tecnológica con las promesas, traídas por la inteligencia artificial, el big data, el blockchain, entre otras, más vigentes que nunca.
Con todo la Web que conocíamos hace 15 años ha ido evolucionando hacia un modelo más cerrado, más controlado por gobiernos y empresas, más vulnerable si cabe, dada su estructura profundamente abierta, concebida para una libre circulación de información. Berners-Lee publicaba días atrás un artículo en el que mencionaba tres grandes retos que es preciso abordar para salvar la red:
- el reto derivado de las amenazas a la seguridad, del acoso en Internet, de los ataques informáticos, tanto por parte de los Estados como empresas y particulares;
- el reto de rediseñar un sistema que no incentive el tráfico de datos personales y la propagación de noticias falsas y la desinformación con el fin de explotar modelos de negocio basados en la atención y la publicidad; y,
- el reto de evitar el odio y la polarización a la que desgraciadamente con frecuencia nos hemos acostumbrado en las redes recuperando la colaboración y la participación como valores democráticos de convivencia.
En España más del 85% de la población accede a Internet y en mayor o menor medida es partícipe de las oportunidades y problemas que hemos citado. Si miramos al resto del mundo, más del 50% de la población mundial, esto es, más de 4.300 millones de personas tienen acceso a Internet, siendo todavía África y Asia los continentes con un mayor potencial de crecimiento. Existe un brecha de género en el acceso y uso que perjudica a las mujeres, particularmente en los países en vías de desarrollo. Todo esto sitúa a Internet y la Web en el centro político de las grandes reivindicaciones de la Humanidad para un mundo más igualitario y justo. Sin libertad, respeto y pluralidad en las redes hoy no es viable una sociedad democrática capaz de generar progreso y de alcanzar consensos. Desde una perspectiva ciudadana, no debemos permitir que la Web sea monopolizada ni por las grandes multinacionales ni manipulada por los estados que no respetan los derechos humanos. Si algo nos ha enseñado el mundo conectado es el poder de los pequeños grandes proyectos de transformación económica, social, educativa, política, que discurren más allá de los muros de las grandes redes cerradas. El poder de unirnos con quien tenemos al lado para generar alianzas, resolver conflictos y generar proyectos compartidos es la fortaleza que tenemos como sociedad civil.
Tenemos mucho que celebrar en este 30 aniversario de la Web. Tenemos mucho por lo que seguir luchando para preservar la red como un espacio para el progreso y la paz.