En una sociedad en la que «quemamos» información y «derribamos» conceptos y artefactos antes de que estos consigan hacerse un hueco en la sociedad, tenemos que tener en cuenta que muchos de ellos no terminan por eclosionar o hacerse hueco en la misma.
Mucho se ha abusado del concepto del Gobierno Abierto como panacea para
arreglar los males del sistema democrático. Sin duda es un camino, pero este se dota de una serie de herramientas y filosofías que no han sido desplegadas en su totalidad, unas veces por desinterés político y otras muchas por desinterés del dispositivo burocrático que encorseta nuestras democracias.
El desarrollo tecnológico de la filosofía del Gobierno Abierto es todo un reto, para el despliegue de soluciones de eGovernment (administración electrónica) y de eParticipación. Pero nos vamos a centrar en una que supone un gran reto: el despliegue de la G-Cloud.
El término G-Cloud es originario del Reino Unido, a partir de un programa gubernamental, en 2011, para promover la adopción del cloud computing en el gobierno, con el fin de lograr un mayor crecimiento económico, prestar mejores servicios a través de tecnologías flexibles, reducir costes y proteger el medio ambiente. A pesar de ser un sistema de tecnologías probadas y contrastadas, su desarrollo en el resto de Europa ha sido muy bajo hasta la fecha. Ni que decir tiene de su escaso éxito en España.
¿Por qué presenta un reto y una oportunidad para (re)definir nuestras administraciones locales?
Porque la G-Nube, se constituye como una oportunidad en sí para reformar los vetustos sistemas administrativos de la gestión pública, obligando a los entes municipales a (re)pensar su marco de actuación con sus administrados. Obliga por tanto, a redefinir la carta tradicional de servicios y su sistema de gestión interna.
Este, es el gran reto de la migración a la nube para un sistema G-Cloud. De un lado el proceso transformativo de la operación de los datos y el sistema de gestión de la propia administración, adaptándolo a una nueva infraestructura tecnológica; y de otro, la posibilidad intrínseca que conlleva a la hora de poder (tener) que definir nuevos sistemas y procesos de gestión, con una nueva arquitectura, no solo de sistemas (la parte operacional), sino también con una nueva arquitectura organizacional (la parte estratégica de la institución local).
Se trata, no sólo de escalar la información y los procesos de la administración local y poder trabajar mancomunadamente para ofrecer servicios a la ciudadanía bajo capas de interoperabilidad que simplifiquen la vida administrativa. Es también una oportunidad para desarrollar administraciones más flexibles, más participativas y empoderadoras de la ciudadanía, con una arquitectura que no dependa de tecnologías e infraestructuras que comienzan a quedarse desfasadas desde el primer día que se instalan.
Es una oportunidad para (re)pensar los espacios ciudadanos en su relación con la administración, para hacer ciudades más agradables.
¿Está nuestra administración local adaptada para hacer esa migración?