Autora: Sara García Cuesta
Profesora de la Universidad de La Laguna, España
Innovación es un término muy polisémico y está de moda para todo. Es normal partir de cierta desconfianza ante términos manidos. Por ello pienso que para que sea útil en lo que creo que quiere conseguir, la mejora de las universidades (en muchos sentidos), habría que visibilizar claramente qué es innovador y qué es definitivamente algo a desechar, o a repensar hacia otra cosa. Y hasta esa meta es un objetivo innovador, porque en la Universidad muchas veces hay rigideces tan asumidas que ni las vemos. En un entorno donde cuesta tanto que la maquinaria se mueva, creo que el primer ejercicio para pensar la innovación en la Universidad sería aquél que propiciara que la comunidad educativa, todos sus agentes, se implicaran en definir qué factores no contribuyen y cuáles sí lo hacen (o podrían contribuir) a la mejora de nuestro entorno. Desde luego, para hacer eso no se puede utilizar sólo una encuesta -la típica encuesta cerrada y limitante- sino que habría que trabajar en profundidad con una metodología multiestratégica, que no es innovadora en el ámbito de las ciencias sociales, pero sí es innovadora en su aplicación en entornos jerárquicos, compartimentados y burocráticos como este.
Tal y como yo lo veo, la innovación para la mejora requiere una estrategia que implique que: a) la comunidad esté de acuerdo en qué es Innovación y qué les gustaría mejorar a través de los procesos de innovación. b) entender que estamos en una nueva etapa histórica, en la que la Universidad es una más de las fuentes de conocimiento. Y que tenemos que hacer llegar a la sociedad y a la propia comunidad universitaria el mensaje de que el conocimiento que aportamos tiene una base sólida, que no puede ser puesta al nivel de los influencer del youtube. Porque eso es lo que está pasando actualmente.
Creo que estamos en un punto de inflexión en el que nos va mucho en recuperar el valor de la Universidad, de la ciencia y de su metodología, como factores que marca la diferencia en el desarrollo de un conocimiento válido y útil. Pero sería bueno asumir que ese valor debe también incorporar la autocrítica sobre los errores, los sesgos y otros funcionamientos de la Universidad y de la Ciencia.
Limitaciones que han contribuido históricamente a su cuestionamiento actual (no solamente es efecto de la postverdad y las fake news de las redes). Autocrítica por un lado, pero destacando también lo positivo de la historia y las contribuciones de la Universidad. Entendiendo esto, creo que la innovación en la Universidad no puede enfocarse solo a la obtención de productos, sino que debe incorporar también un enfoque interpretativo, que dé valor al proceso. Es decir: ¿Cómo se hacen las cosas que se hacen? ¿y cómo se pueden hacer mejor? En este sentido, creo que es importante en todo este proceso que asumamos o detectemos algunas cuestiones que pueden
ser innovadoras. Por ejemplo, me parece importante asumir: a) que contamos con los recursos humanos y materiales con los que contamos (y visibilizar cuáles son). No partir de escenarios irreales. b) que es posible que necesitemos otros (y los detectemos y valoremos). c) que formamos parte de un entorno social y territorial, y que las acciones que realizamos y podemos realizar para ese entorno deben entenderse parte de nuestra función. d) que necesitamos romper dinámicas obsoletas con creatividad y con la cooperación de todos los agentes educativos. e) y que necesitamos aprender para innovar, y que eso también forma parte de nuestro trabajo.
Sobre los puntos c y e, puntualizo algo fundamental: entender la innovación como recurso, trabajo, valor, implica que no sea un voluntariado más (uno más entre tantos que nos secuestran el tiempo y la calidad). Una parte importante del profesorado está saturado de cargarse de horas laborales que no aparecen en ningún sitio. Creo que esto puede ser extensible también a parte del alumnado, el más implicado, saturado de estar en todo. Reflejo estos dos colectivos porque somos los que no tenemos horario. Nuestras tareas no se localizan en horarios concretos y los procesos tecnológicos que se nos requieren no están teniendo en cuenta la realidad de un tiempo y espacios finitos.
Por ello, apunto un último elemento que me parece serio: es fundamental que se reconozca en términos de nuestro trabajo (agentes educativos en general) la necesidad de formarnos para innovar, para generar espacios diferentes entre compañeros/as (no de competencia, sino de cooperación) y estudiantes (no de evaluación, sino de aprendizaje cooperativo). Para mí esta es la clave para que los procesos de innovación no sean entendidos, como lo son tantos ya sobre nuestros hombros, como un voluntariado más, añadido a una gestión y a una investigación que apenas se reconocen y a una docencia saturada en no pocas áreas de la Universidad. Es decir, la innovación, para ser comprendida como un elemento transformador, debe formar parte de la capacidad de aumentar la eficiencia de nuestro trabajo en la vida cotidiana, mejorar el aprendizaje del alumnado, y generar mejor clima, mejor ambiente, en toda la comunidad.
Sobre los procesos de innovación en igualdad en la Universidad, un punto y aparte, señalo que me parece una buena noticia que el Ministro de Universidades plantee la necesidad y obligación en las universidades de incorporar formación para la igualdad. Es algo que venimos pidiendo e intentando en muchos escenarios, las personas que hemos tenido algunas responsabilidades de gestión en igualdad, o bien, que trabajen en estos temas.
En la ULL se llevó a cabo un I Plan de Igualdad 14-17 con una metodología muy innovadora, basada en la construcción colectiva de ejes y prioridades, en la que participaron muchísimas personas, representantes de todos los colectivos de la universidad. Y con un diagnóstico de partida muy elaborado. Este proceso permitió que el Plan -consensuado colectivamente- fuera aprobado sin cuestionamiento, a pesar de los explícitos rechazos a estas cuestiones en no pocos ámbitos de poder de la Universidad. Me parece fundamental que toda cuestión innovadora en la Universidad pase por un proceso de transparencia, democratización y consenso en la comunidad, que facilite su desarrollo -a pesar de las reticencias que pueda encontrarse en las cúpulas. No siempre, pero a menudo, estas cúpulas son reticentes a lo nuevo, simplemente por una desconfianza a lo desconocido y no tanto por cuestiones de interés o ideológicas…prejuicios que habría que romper con las dinámicas de innovación.
Artículo enviado como contribución al “Manifiesto de innovación pública desde las universidades”.
Foto de Med Badr Chemmaoui en Unsplash