Autor: David Gómez Abad
Coordinador Nacional de la iniciativa slowU del Tec de Monterrey
Hoy en día podemos observar cómo las instituciones públicas que hemos heredado se encuentran cada vez más obsoletas y alejadas de las necesidades reales de una ciudadanía que ha tomado mayor protagonismo. Cada vez hay más gente que tiene el diagnostico claro; La creciente brecha entre gobernantes y gobernados, la emergencia de nuevas voces y activismos que ponen sobre la mesas otras agendas, las disrupciones provocadas a nivel cultural, social y económico por la cada vez más creciente (mucho más acelerada ahora en época del COVID-19) presencia del mundo digital, o el enquistamiento de problemas complejos que ya no permiten soluciones simples, son algunos de los asuntos a los que la institucionalidad pública tradicional no está dando respuesta.
Y es que las instituciones públicas (como las conocemos) están pensadas y preparadas para la gobernanza de un mundo que se esperaba seguro y firme; es decir, no fueron concebidas como espacios experimentales en donde se pueda permitir el ensayo de prácticas o políticas, validaciones inestables o resultados provisionales, de ello depende la vida de toda la ciudadania. Además, el sector público tiene otras barreras: una maquinaria burocrática tan necesaria como cargante, tiempos demasiado dependientes del tacticismo electoral del gobierno de turno, o una acción destinada a atender y favorecer a las mayorías en detrimento de las minorías.
Por supuesto que no todo son pegas, las instituciones públicas son por antonomasia la garantía del bienestar social y la igualdad de oportunidades, sobre todo para aquellas personas que menos tienen. Sin embargo, una nueva institucionalidad debería de poder emerger planteándose dos cuestiones primordiales:
¿Cómo se pueden establecer canales de escucha para las innumerables voces que emergen cada vez con más fuerza, y que en su mayoría provienen de grupos minoritarios?
¿Cómo se desarrollan acciones y políticas públicas para afrontar los problemas complejos que ya no admiten más soluciones simples?
En este panorama, el papel de la Universidad es fundamental. La Universidad sí puede darse la oportunidad de contribuir a los procesos de innovación pública a partir de la experimentación abierta, promoviendo espacios de encuentro y escucha entre las instituciones públicas de gobierno y la ciudadanía. Este encuentro permitiría explorar juntos la solución a los problemas que enfrentamos, a partir de espacios que podrían asemejarse a un laboratorio ciudadano; que no son otra cosa que un conjunto de infraestructuras, prácticas y protocolos articulados, que buscan crear las condiciones de cuidados para activar la escucha, la inteligencia colectiva y el conocimiento que ya habita en nuestros cuerpos. Un espacio en el que:
Se priorice la experimentación por encima de la planificación.
Se implementen dispositivos de escucha que permitan dar reconocimiento de las múltiples minorías y de la enorme diversidad que hay en nuestras sociedades.
Se aborden los problemas complejos desde distintos tipos de expertise (expertise disciplinar y expertise basada en la experiencia).
Se trabaje desde unos tiempos que respondan a las necesidades de la ciudadanía, y no a las de ninguna agenda política.
Se realice en abierto, permitiendo así, el aprovechamiento y la replicabilidad de lo que en ellos se haga, para todo el mundo.
Artículo enviado como contribución al “Manifiesto de innovación pública desde las universidades”. Si lo deseas, puedes enviar tus aportaciones.
Foto de Alexis Brown en Unsplash